La XIII edición del congreso anual del Institut Iliade tendrá lugar el sábado 11 de Abril de 2026 en París y versará sobre “Libertades. Pensamiento – Expresión – Acción”.
«Los soviets sin gulag»: policía del pensamiento, censura, denuncia, acoso judicial, cierres arbitrarios de cuentas bancarias, prohibiciones ilegítimas de reuniones o congresos, inflación de regulaciones absurdas, vigilancia generalizada. El «frente popular», en el momento en que sus ilusiones se estrellan contra el muro de la realidad, emprende un proceso de radicalización y pretende condenar a la muerte social a cualquier espíritu que todavía se atreva a cuestionar sus sacrosantos «valores», credo del progreso universal e indefinido.
Sin embargo, la libertad es una de las aspiraciones fundamentales que atraviesa de diversas formas la historia de nuestros pueblos. Desde los albores de nuestra historia, resplandece con fuerza en los poemas de Homero, donde el hombre erguido se opone a la servidumbre. Se canta en la eleuthería de las ciudades griegas, donde la dignidad del ciudadano se arraiga en la fidelidad a la ley común. Se graba en piedra en las tablas romanas, donde la libertad del ciudadano se identifica con el destino de la República. Florece también en las cartas medievales, desde los municipios liberados que proclaman su derecho a autogobernarse, hasta los gremios que organizan la vida de los oficios en nombre de un bien compartido. Arde en las revoluciones nacionales, cuando los pueblos de Europa se levantan para defender su independencia, su soberanía y su memoria.
Siempre ha sido la libertad concebida por los europeos como algo más que una simple suma de derechos individuales. La libertad es ante todo un vínculo consentido, una pertenencia asumida. Se basa en la affectio societatis: la voluntad de asociarse para formar una comunidad política. Sin esa voluntad, no hay ciudad, no hay pueblo, no hay civilización y, por tanto, no hay libertades encarnadas.
Ese impulso civilizatorio se enfrenta hoy a peligros sin precedentes. La libertad se ve travestida en un libertinaje desenfrenado, que pretende abolir todos los límites antropológicos y todo vínculo con la tradición. Pero esta hipertrofia de los derechos individuales engendra su contrario: a medida que se proclama una emancipación sin límites, se despliega una sociedad de vigilancia. Se encuadra, se restringe, se censura, y siempre, en nombre de la libertad. La vieja máxima de Saint-Just, “no hay libertad para los enemigos de la libertad”, encuentra así su confirmación final: no hay libertades reales, enraizadas en comunidades sociales y concretas, para los enemigos de la Libertad abstracta y universal, de esencia ideológica y revolucionaria.
Nunca antes se había incitado a los individuos a reclamar con tanta vehemencia el derecho a liberarse de toda restricción, mediante un sistema que sin embargo reduce cada día más sus libertades concretas de pensamiento, de expresión y de acción; y nunca las libertades políticas de los pueblos habían sido tan cuestionadas. A cada cual se le garantiza la “libertad” de consumir y de renegar de sus raíces, pero se niega a las naciones y a los pueblos la capacidad de decidir por sí mismos, de preservar su memoria y su coherencia, y sobre todo de ejercer su soberanía sobre su propio territorio.
No obstante, Europa siempre ha sabido conjugar libertades individuales y libertad colectiva. Las libertades germánicas, los fueros de las ciudades, las revueltas campesinas, las luchas nacionales y populares: todas han testimoniado esta verdad ancestral, según la cual el hombre sólo es verdaderamente libre dentro de una comunidad libre. Ese es el espíritu que debe animar a las instituciones, al servicio del bien común. La libertad no es un solipsismo: es una voluntad de compartir un destino.
Es ese camino hacia lo evidente el que debemos reencontrar. La verdadera libertad no florece en el aislamiento, sino en la confianza. No prospera en la desconfianza generalizada ni en la vigilancia constante, sino en el enraizamiento de normas compartidas, de tradiciones vivas, de lazos sólidos. Donde la sociedad se desintegra, la represión se despliega. Donde las costumbres son fuertes, las leyes se aligeran. Aristóteles ya nos advertía: la tiranía nace siempre de la ruptura de la confianza entre los ciudadanos.
Reafirmar la libertad para los europeos de hoy significa, por tanto, volver a conectar con la civilización de la confianza frente a la sociedad de la desconfianza. Es oponer a la anarcotiranía liberticida una concepción elevada de las libertades, fundada en la responsabilidad y el enraizamiento. Es recordar que la libertad no es un derecho universal e ilimitado, sino un deber compartido; no es el vagabundeo del individuo sin vínculos, sino la fidelidad de un pueblo a sí mismo. Ha llegado el momento de romper con las ilusiones de una libertad reducida al capricho, que solo puede conducir al nihilismo y al caos.
Ese es el espíritu de este congreso: incitar a los pueblos de Europa al despertar, a denunciar las medidas liberticidas que conducen a un asfixiante estado de seguridad, y a renunciar a las ilusiones liberal-libertarias para redescubrir el sentido de una libertad auténtica, impulsada por el aliento de una civilización que no se resigna a la servidumbre dulce de los mercados y de la vigilancia, sino que elige el honor de un destino común.
Información útil
XIII Congreso del Institut Iliade
Libertés. Pensée – Parole – Action
Sábado 11 abril 2026 de 10:00 a 19:00
Maison de la Chimie, 28 
Calle Saint-Dominique, 75007 Paris

