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Isabel la Católica (1451-1504)

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Hija de Juan II de Castilla, Isabel no estaba destinada a reinar. Solo su fuerte carácter, su inteligencia, pero también el favor de las circunstancias le permitió subir al trono. Increíblemente precoz y con un espíritu político superior, la reina Isabel fue ante todo la conductora de la España moderna.

La invasión árabe del siglo VIII rompió la unidad política de la península ibérica y la aisló del resto de Europa. Durante siete siglos, la antigua Hispania, dividida en varios pequeños reinos, se convirtió en el campo de batalla de la Reconquista, marcada por la toma de Toledo en 1085 o la victoria de Las Navas de Tolosa en 1212.

En el siglo XV, cuando la lucha contra los musulmanes llevaba mucho tiempo en pausa, cuatro coronas aún se repartían la península: Navarra, Portugal, Aragón y Castilla, cuyo dinamismo llevaba tiempo siendo frenado por incesantes disputas internas poco favorables para cualquier política de expansión. Al sur, el emirato nazarí de Granada, único vestigio del antiguo poder del islam andalusí, aprovechaba las debilidades de sus vecinos. Es en este contexto cuando sube al trono de Castilla una joven mujer que, con voluntad y ambición, restablecerá el orden en sus territorios e iniciará la unidad de España al reunir, mediante su matrimonio con Fernando de Aragón, dos de los reinos cristianos bajo una sola autoridad.

Hija de Juan II de Castilla, Isabel no estaba destinada a reinar. Solo su fuerte carácter, su inteligencia, pero también el favor de las circunstancias le permitieron subir al trono. Su medio hermano Enrique IV era un soberano despreciado y cuestionado. Al final de su reinado, los disturbios alcanzaron tal magnitud que tuvo que desheredar a su hija Juana. Cabe señalar que se sospechaba que el favorito de la reina, Bertrand de la Cueva, era su padre. La corona debía entonces pasar al hermano del rey, pero este murió unos meses después. Isabel, que ocupaba el tercer lugar en el testamento de su padre, irrumpió entonces en la escena política. Con sorprendente audacia, esta joven de 17 años reivindicó sus derechos a la sucesión. Contó con el apoyo de una facción de la nobleza que esperaba entronizar a una soberana que sería fácil de manipular. Isabel no se dejó engañar. Puso toda su inteligencia al servicio de su ambición al resolver la cuestión dinástica y en su futuro matrimonio. Tuvo la paciencia de esperar su momento y conformarse con el título de «princesa de Asturias» que le fue reconocido oficialmente. Así se designaba a los herederos de Castilla. Sabía que necesitaría apoyos para acceder al trono: sus proyectos matrimoniales no tenían otro propósito que proporcionárselos. Rechazando la alianza portuguesa, eligió casarse con Fernando de Aragón en 1469. No fue un matrimonio por amor y Fernando sería poco fiel, salvo en política. Poco a poco, la intransigencia de los dos jóvenes príncipes ante los clanes, su postura a favor del patrimonio real, les ganó a muchos nobles, exasperados por el carácter vacilante de Enrique IV.

La restauración de la autoridad real

Cuando el rey murió el 12 de diciembre de 1474, en Segovia, Isabel, respaldada por la nobleza, se autoproclamó reina de Castilla. Pero aun así le llevaría cuatro años asegurar definitivamente el poder, y esto a costa de una guerra civil y una invasión extranjera. De hecho, los partidarios de Juana, la heredera despojada, eran numerosos y contaban con el apoyo de Alfonso V de Portugal, a quien se le había prometido la mano de la joven. En 1479, los tratados de Alcaçovas pusieron fin al conflicto, poco después de que Fernando asumiera el trono de Aragón. Las dos coronas quedaron unidas. Pero se trataba aún solo de una unión dinástica y personal: cada reino conservó su autonomía.

Los soberanos se dedicaron plenamente a la restauración de la autoridad real. Por primera vez en mucho tiempo, el inicio del reinado no estuvo marcado por la distribución de tierras tomadas del patrimonio real para comprar el favor de las grandes familias. Por el contrario, una comisión se encargó de revisar todas las concesiones otorgadas previamente por Enrique IV, lo que permitió suprimir la mitad de las pensiones y los abusos más evidentes. Poco a poco, la nobleza abandonó sus pretensiones políticas y volvió al orden. En cada ciudad se nombró un representante del poder, el corregidor, encargado de supervisar las oligarquías municipales. En el campo, finalmente, la Santa Hermandad, que originalmente era una especie de gendarmería rural, ayudó a frenar el desarrollo de ejércitos privados, mientras constituía una fuerza militar a disposición del poder.

Reconquista y exaltación religiosa

Restablecido el orden interno, los obstáculos para la expansión castellana desaparecieron en pocos años. Entonces se llevó a cabo la empresa principal del reinado de los «Reyes Católicos»: la culminación de la Reconquista, con la toma del pequeño emirato de Granada. Los grandes señores, tanto castellanos como aragoneses, participaron en la acción común, encontrando un campo de batalla a su medida. Toda la sociedad española, impregnada del espíritu de Cruzada, se entusiasmó con una causa muy popular: izar la cruz de Cristo y el estandarte de Santiago en el palacio de la Alhambra.

El conflicto fue iniciado por los musulmanes que se aventuraron a un ataque sobre Zahara en 1482, sin pensar que los soberanos se comprometerían en una guerra que duraría diez años. Al final de esta larga lucha, el 2 de enero de 1492, Boabdil entregó solemnemente las llaves de la ciudad a los soberanos.

Expulsión de los judíos y expansión colonial

En 1492, tras siglos de convivencia relativa, los judíos fueron obligados a convertirse o abandonar el reino, afectando a unas 100,000 personas. Sin embargo, hubo algunas conversiones notables, como la del líder de la comunidad judía de Castilla en Guadalupe, en presencia del rey y la reina.

Con el orden interno restablecido y la lucha contra el islam terminada, los soberanos se involucraron en Europa y apoyaron a Cristóbal Colón, comenzando la expansión española más allá de los mares.

Un Estado centralizado y unificado

Cuando murió en 1504, Isabel dejó un Estado centralizado y unificado, marcado por el debilitamiento de la aristocracia, las ciudades y la institución que las representaba, las Cortes. La España conquistadora cuya expansión ella estimuló había dejado de ser un país marginal dentro de la Cristiandad y parecía lista para ocupar una posición hegemónica en Europa. Sin embargo, su política tendría que esperar algunos años más para dar verdaderamente sus frutos.

De hecho, la muerte de su hijo Juan, el heredero de ambas coronas, en 1497, comprometió la culminación de la unidad política de Castilla y Aragón. Su hija, Juana la Loca, fue apartada del trono. Su esposo, Felipe el Hermoso, un Habsburgo, gobernaría en su lugar. Tras Felipe el Hermoso, los Habsburgo, Carlos V y Felipe II, estarían en condiciones de recoger y explotar todas las posibilidades del legado de Isabel, en los albores del «Siglo de Oro» de España, al que ella había contribuido en gran medida.

 

Emma Demeester

Bibliografía:
Joseph Pérez, Isabelle la Catholique, un modèle de chrétienté ?, Payot, 2004.
Joseph Pérez, Isabelle et Ferdinand, rois catholiques d’Espagne, Fayard, 1995.

Cronología:
1451: Nacimiento de Isabel, hija de Juan II de Castilla e Isabel de Portugal.
1468: Pacto de los Toros de Guisando, que nombra a Isabel heredera de la corona de Castilla.
1469: Matrimonio de Isabel con Fernando de Aragón.
1474: Muerte de Enrique IV. Isabel se autoproclama reina.
1479: Tratado de Alcaçovas con Portugal, que pone fin a la guerra.
1492: Toma de Granada; expulsión de los judíos; primer viaje de Colón.
1496: La bula Si convenit nombra a Isabel y Fernando como los «Reyes Católicos».
1497: Muerte del príncipe heredero Juan.
1504: Muerte de Isabel.

Ilustración: La capitulación de Granada, óleo sobre lienzo de Francisco Pradilla Ortiz (1882), detalle. Dominio público.

Traducido del francés por el Instituto Carlos V.
Fuente: institut-iliade.com