Si nos guiamos por las coordenadas propuestas por Locchi, los europeos nos enfrentamos a la configuración acabada de la tendencia igualitarista, es decir, al igualitarismo en su fase sintética, en la que, después de una etapa de gran división ideológica, ha tomado conciencia de su unicidad y amenaza imponerse definitivamente. Los avatares de esta síntesis serían, según el autor italiano, la globalización, las sociedades multiétnicas y carentes de jerarquías cualitativas, la idea de progreso como motor y la hegemonía geopolítica de la usurocracia norteamericana.
Si queremos nombrar ensayistas radicales, que merecen dicho adjetivo no en virtud de comentarios emitidos de cara a la galería, sino por haber cultivado pensamientos que nos hacen experimentar un vértigo irreprimible, tenemos que hablar de Giorgio Locchi. El autor al que nos referimos, nacido en la Roma de 1923, hizo suya la máxima nietzscheana “vive peligrosamente” y pensó siempre con audacia, brindando una aproximación vanguardista al respecto de una extensa galería de temas y figuras de referencia (Richard Wagner, la Konservative Revolution alemana, la mitología indoeuropea, el papel del cristianismo en Europa, el fenómeno fascista, etc.). Desde París, donde desarrolló su carrera profesional como corresponsal del periódico Il Tempo, se dedicó a publicar textos al abrigo de la revista francesa Nouvelle Ecole, y a colaborar en las actividades del colectivo GRECE —dos proyectos que sentaron las bases del identitarismo francés. Además, también escribió artículos para medios de difusión italianos como La Destra, Uomo Libero o Elementi.
Con todo, lo cierto es que fue más un maestro que un escritor de éxito, e hizo de la transmisión oral la punta de lanza de su influencia sobre las generaciones más jóvenes. Así lo corroboran los testimonios de quienes disfrutaron de sus habilidades dialógicas, que marcaron profundamente a un grupo de estudiantes empeñados en revivir un sentido europeo de pertenencia, entre los que se encontraban figuras relevantes de la Nouvelle Droite como Alain de Benoist o Guillaume Faye. El hecho de que la difusión de su obra, a partir de su fallecimiento en el año 1992, no haya cesado de crecer, da cuenta de las resonancias que ha adquirido su trabajo con el paso del tiempo. En nuestro idioma disponemos, gracias al trabajo de la editorial Fides, de tres obras: El enemigo americano. Érase una vez América (2016), Definiciones. Los textos que revolucionaron la cultura inconformista Europea (2017) y Wagner, Nietzsche y el mito sobrehumanista (2023).
A partir de estos tres textos, nos disponemos a ofrecer al lector una síntesis de las líneas maestras de su pensamiento. Antes que nada, debemos de tener en cuenta la dificultad que supone tratar de resumir su sistema filosófico, dado que el mosaico intelectual que compuso el polímata italiano opera simultáneamente a varios niveles (Filosofía de la Ciencia, Filosofía de la Historia, Estética, Historia de las Religiones, etc.). No obstante, creemos que es posible identificar el eje que articula esta vasta red conceptual: la idea de “sobrehumanismo”, que hace referencia a una “tendencia epocal” o “idea-del-mundo”, a partir de la cual se propone pensar el futuro de Europa.
Pero antes de dar cuenta de la arqueología del principio sobrehumanista llevada a cabo por Locchi, describiremos la antropología subyacente, que se inscribe en la órbita nietzscheana y heideggeriana. Dicha teoría tiene como fundamento el devenir y el polemos (“conflicto”), es decir, la idea de que la realidad se articula a partir de múltiples centros que ejercen su fuerza (Voluntad), luchando los unos con los otros. La vida es un flujo en constante transformación, no un fenómeno estático y terminado. Del mismo modo, el ser humano no puede ser analizado como una sustancia permanente cuya esencia ya está definida de una vez por todas, sino que es un sujeto que se crea a sí mismo. En consecuencia, la antropología de Locchi se sustenta en dos axiomas íntimamente relacionados: por un lado, la aceptación de que el hombre deviene y, por otro lado, la idea de que aquello en lo que el hombre deviene depende de la idea que el hombre se forma de sí mismo (Locchi 2023, 170).
El proceso de hominización supone, por encima de todo, una atenuación de los instintos de la especie. Para llegar a ser humanos, nuestros antepasados más próximos tuvieron que desprenderse, paulatinamente, de las determinaciones hereditarias transmitidas genéticamente, hasta el punto de que las crías humanas carecieran casi de habilidades congénitas, teniendo que adquirirlas a posteriori en virtud de una educación intergeneracional. Este proceso de adopción de caracteres después de la gestación en el vientre materno es lo que denominamos “cultura” (Kultur). A raíz de esta tesis podemos afirmar que el ser humano, en un sentido estricto, no vive en la Naturaleza, sino en la Historia, que es la dimensión espacio-temporal en la que se desarrolla la cultura. Es en la Historia, y no en la Naturaleza, donde se expresa la inagotable libertad del hombre, en tanto que la Historia no es otra cosa sino el resultado del enfrentamiento entre personalidades que oponen su propia voluntad a otras voluntades humanas.
Como el ser humano siempre está en posición proyectar su voluntad, tiene la capacidad de operar en el mundo a partir de diferentes ideas-del-mundo, las cuales, cuando se expanden en el tiempo y fundan épocas completas de la humanidad, se denominan tendencias epocales. La Historia está vertebrada por la dicotomía entre tendencias históricas antitéticas, y nuestra responsabilidad es reconocer la Weltbild (“imagen del mundo”) que está siendo canalizada mediante nuestras elecciones; es decir, el futuro que estamos proyectando virtualmente al decidir. Al fin y al cabo: “Allí donde otro animal sólo sentiría una pregunta, apelando a una respuesta predeterminada (inscrita en el «programa» genético de la especie), el hombre encuentra una infinidad de preguntas que evocan una infinidad de respuestas posibles, las cuales, precisamente, se excluyen (se paralizan) unas a otras. Para existir, por tanto, el hombre está obligado a elegir una pregunta, una respuesta, una naturaleza, un instinto entre (y en oposición con) todos los otros posibles” (Locchi 2017, 109-110).
La autoconciencia de la dimensión histórica de la condición humana define la tendencia epocal que el autor italiano denomina “sobrehumanista”. El sobrehumanismo implica, principalmente, una relación particular con la temporalidad, o dicho de otra manera, un “sentimiento de tiempo” que asume que el hombre está atravesado por la historicidad. En consecuencia, quienes se identifican con esta forma de estar-en-el-mundo (Sein-in-der-Welt) rechazan la existencia de cualquier realidad ajena a la Historia, y afirman que el hombre solo puede devenir humano dentro del marco histórico. Salir de la Historia no conlleva ninguna bendición para el sujeto sobrehumanista, ni tampoco un objetivo político que debe ser obtenido, sino que implica la renuncia a lo “puramente humano” (Rein-Menschliches). En la práctica, esta salida de la Historia supondría regresar al estado infrahumano de la indiferenciación natural, donde no hay atisbo de libertad ni de grandeza
Sin embargo, existe una tendencia epocal que sí anhela esta salida de la Historia: el “igualitarismo”. El origen de esta Weltanschauung (“cosmovisión”) precede a la sobrehumanista, la cual, hasta cierto punto, ha surgido como respuesta ante la hegemonía de la tendencia igualitarista durante casi dos mil años. Mientras que durante siglos se ha considerado que la Historia está regida por una razón que va más allá de la Voluntad de los hombres, ya sea la Providencia divina o las leyes económicas, en la visión sobrehumanista la Historia está permanente abierta. A partir del advenimiento de una conciencia sobrehumanista en ciertos individuos, coincidiendo con la irrupción de Wagner y Nietzsche en el siglo XIX, el hombre ha tomado consciencia de su libertad histórica y ya no tiene por qué creer que la humanidad es conducida hacia una finalidad predeterminada, sino que sabe que es él mismo: “quien establece a través del conflicto la ley con que se determina el porvenir de la humanidad, una ley que siempre, en cualquier otro ‘presente’ del devenir histórico, se pone en discusión a través del conflicto y por tanto incesantemente varía” (Locchi 2023, 24)
Además de este determinismo inevitable, las manifestaciones de la tendencia igualitarista, ya sean religiosas o profanas, comparten una obsesión por la idea de un Paraíso perdido y, en consecuencia, por la noción de pecado. Ya sea la utopía colectivista socialista que, hipotéticamente, antecede a la aparición de la propiedad privada, o el Edén que describe el Génesis, el igualitarismo se lamenta de la entrada del hombre en el espacio-tiempo histórico, e identifica el estar-en-el-mundo inherente al hombre con el sufrimiento, la esclavitud y la desigualdad. Es aquello a lo que Nietzsche se refería como “historia crítica” en la segunda de sus Consideraciones intempestivas: una interpretación de la Historia donde el devenir histórico responde a un sistema de opresión que debe ser deconstruido. Por tanto, el fin de la historia consiste en desmantelar las relaciones de opresión establecidas para emancipar a los oprimidos, reparando el error pernicioso que supuso el primer hecho histórico y la Historia que le siguió. En cambio, los sobrehumanistas como Locchi aceptan la tragicidad que supone el juego agónico de la libertad a la que está destinada el ser humano. Esto se debe a que consideran que fuera de esta permanente incertidumbre no se encuentra la plenitud, sino la animalidad: “Contrariamente a lo que pretende la Biblia, «Adán y Eva», que paseaban por el Edén, no formaban en absoluto la primera pareja humana. Eran todavía unos primates. Por otra parte, no han sido en absoluto «expulsados» de este Edén; han salido de él deliberadamente” (Locchi 2017, 108).
Locchi identifica otro elemento que distingue radicalmente estas dos tendencias antagónicas. Por un lado, la tendencia igualitarista interpreta el devenir histórico de manera lineal y segmentaria, introduciendo un carácter mesiánico o teleológico. Pero en tanto que es lineal, no se diferencia demasiado de la temporalidad cíclica del paganismo antiguo, dado que ambas concepciones son unidimensionales (Locchi 2023, 136). La diferencia fundamental es que, mientras el mundo precristiano reconocía la repetición de ciertos ciclos cósmicos, el igualitarismo concibe el devenir histórico como la consecución progresiva de una serie de fases que, inexorablemente, conducen a un fin de la Historia. Esta concepción del tiempo es reconocida por todas las variantes de la tendencia igualitarista (religiones judeocristianas, ideologías marxistas y liberales, etc.). Por otro lado, la concepción sobrehumanista del tiempo es definida como tridimensional o esférica. Nos detendremos ahora para explicar este punto que, a nuestro juicio, constituye el núcleo de la Weltanschauung sobrehumanista.
En la visión del tiempo a la que nos referimos las tres dimensiones del tiempo humano (pasado, actualidad y futuro) están unidas por una dependencia mutua y sufren una constante reactualización. Es decir, contradice la visión segmentaria igualitarista, según la cual el tiempo histórico se asemeja a una recta dividida en múltiples segmentos (“presentes-instantes”) que, en su conjunto, describen una trayectoria lineal que va desde una caída originaria hacia un “final feliz”. En cambio, para el sobrehumanismo el futuro nunca está establecido de una vez por todas, sino que está por decidir, y el pasado tampoco está cerrado, como si fuera un objeto de estudio inerte, pues su interpretación siempre es cambiante, del mismo modo que los orígenes míticos se proyectan, a su vez, en el futuro. Precisamente, la idea principal de Locchi es esa co-actualidad del pasado, del presente y del porvenir. Dicho de otro modo, la personalidad humana se reconoce en una interpretación del pasado, un compromiso en el presente y un mismo proyecto para el porvenir. En suma, solo cuando el hombre celebra su libertad como artífice de la Historia, dirá Locchi, es capaz de redefinir tanto la memoria de sus raíces como el horizonte de su destino.
Esta concepción tridimensional de la temporalidad, antes incluso de haberse verbalizado en la filosofía nietzscheana, se manifestó en la “idea de la música” que estructura la obra artística de Wagner. El autor italiano sostiene que toda tendencia epocal sufre diferentes transformaciones y, originalmente, atraviesa una fase mítica, en la que nace como Weltbild espontánea. El mito fundador de la tendencia sobrehumanista sería, en este sentido, la Gesamtkunstwerk (“obra de arte total”) wagneriana. Semejante designación puede parecer arbitraria, pero no lo es en absoluto, ya que el compositor alemán, en palabras de Locchi, fue el encargado de revelar el verdadero significado de la música tonal europea, es decir, el “sentimiento del mundo” singular que se infiere en ella. Debido al carácter inconsciente de la música, ofreció el contexto donde pudo sobrevivir, como si de un instinto se tratara, una sensibilidad pagana, que creó en la música tonal su propio lenguaje, pues el lenguaje heredado estaba contaminado por el Logos cristiano, para comunicar un sentido de la existencia inédito, el cual implica una superación de ambas cosmovisiones. Wagner destila este sentimiento del mundo, que se corresponde con aquello que Locchi denomina sobrehumanismo, y desarrolla una forma de drama musical (la Gesamtkunstwerk) y un sistema compositivo (el Leitmotiv o “motivo conductor”) que desbordan las representaciones igualitarias del tiempo lineal.
Como hemos podido comprobar, la filosofía de Giorgio Locchi adquiere ramificaciones casi infinitas. A la digresión musicológica que acabamos de presentar habría que añadir otras tantas demostraciones de erudición en campos del saber tan diversos como la neurología o la física de partículas, donde también supo identificar teorías científicas novedosas que apuntaban a una visión del universo menos mediatizada por las reglas de la física newtoniana y, en consecuencia, más acordes con una concepción tridimensional de la temporalidad. Sin embargo, consideramos que tratar de comprimir semejante caudal de información en un texto introductorio sería demasiado osado. Por ahora, nos conformamos con ofrecer unas últimas palabras acerca de por qué su obra resulta especialmente relevante hoy en día.
Si nos guiamos por las coordenadas propuestas por Locchi, los europeos nos enfrentamos a la configuración acabada de la tendencia igualitarista, es decir, al igualitarismo en su fase sintética, en la que, después de una etapa de gran división ideológica, ha tomado conciencia de su unicidad y amenaza imponerse definitivamente. Los avatares de esta síntesis serían, según el autor italiano, la globalización, las sociedades multiétnicas y carentes de jerarquías cualitativas, la idea de progreso como motor y la hegemonía geopolítica de la usurocracia norteamericana. Estos elementos estaban contenidos ya en el mito fundacional de la tendencia epocal, pero ahora ha caído el último velo y sus implicaciones se manifiestan sin tapujos.
Al soñar con perpetuar el estado decadente pero confortable en el que vivimos, Europa ha asumido lo que Locchi denomina el “mito americano”, es decir, el relato que subsume a los europeos en ese totum revolutum denominado Occidente. Por tanto, la mejor manera de superar la fuerza gravitacional de los Estados Unidos de América consiste en afirmar una absoluta libertad del devenir histórico fundada en la inagotable libertad del hombre. Mientras el hombre viva en la Historia, es decir, mientras no renuncie a su capacidad para regenerar su origen y proyectarse en el futuro, podrá redimirse.
Esta proyección de Europa en el futuro requiere, en palabras de Locchi, que nos responsabilicemos de la refundación de nuestros orígenes. Sin el mito fundador que determina el destino de un pueblo no hay ninguna razón para seguir creando. No en vano, ante la ausencia de una memoria de los orígenes, de una pasión y unos sufrimientos compartidos, la comunidad deja de ser pueblo y se convierte en sociedad, y los individuos que componían el pueblo devienen en masa. El secreto paradójico de la filosofía de Giorgio Locchi consiste, precisamente, en alentarnos a invocar un recuerdo, cuyo origen todavía debe ser fundado, para crear al “hombre nuevo” (Übermensch), es decir, el proyecto de un destino futuro que trasciende la mediocridad del Letzter Mensch (“el último hombre”).
Referencias
Locchi, G. (2016). El enemigo americano. Érase una vez América. Ediciones Fides.
Locchi, G. (2017). Definiciones. Los textos que revolucionaron la cultura inconformista Europea. Ediciones Fides.
Locchi, G. (2023). Wagner, Nietzsche y el mito sobrehumanista. Ediciones Fides.
Nietzsche, F. (2006). Segunda consideración intempestiva. Sobre la utilidad y los inconvenientes de la Historia para la vida. Libros del Zorzal.
Marcos Gimeno
II Escuela Identitaria

