Globalización y financiarización, desindustrialización y terciarización, digitalización y desmaterialización, externalización y precarización, robotización… En el espacio de unas pocas décadas, el trabajo ha experimentado profundos cambios, generando tensiones, desilusiones e inquietudes que nos llevan a cuestionar el lugar que ocupa en nuestras vidas y en nuestra sociedad. El trabajo está en crisis. Por eso es necesario «repensarlo», pero también imaginar nuevas formas de «reencantarlo», en el contexto de la nueva comunidad de destino que Europa debe forjarse.
Los griegos y los romanos distinguían entre el trabajo alienante (ponos, labor) y la actividad creadora propiamente dicha (ergon et poiesis, opus), estrechamente asociada al logos. El primero era inadecuado para el hombre libre y el ciudadano, que en cambio debía aprender a cultivar el otium, el tiempo dedicado al ocio estudioso y la meditación, más allá del negotium, el dominio de la producción y el beneficio comercial.
La sociedad medieval estaba dividida en tres órdenes, heredados de una antigua estructura indoeuropea: los laboratores debían ser productivos para garantizar su subsistencia, mientras que el manejo de las dos espadas, espiritual y temporal, recaía en los oratores y los bellatores. El ejercicio de un oficio, visto por la Iglesia como un medio de redención y santificación, tenía una dimensión profundamente comunitaria, en el marco de comunidades aldeanas, gremios y corporaciones, donde prevalecía el ideal del «trabajo bien hecho».
A raíz de la Reforma protestante, seguida de las teorías liberales inglesas de la Ilustración y de las teorías marxistas del siglo siguiente, una nueva concepción del trabajo, esencialmente utilitarista y mercantil, en profunda ruptura con las concepciones antiguas y medievales, se fue imponiendo progresivamente en Occidente. Aparecida con el auge del capitalismo manufacturero, la noción de trabajo reducida a su dimensión estrictamente material fue una invención de la modernidad. Como concepto intrínsecamente ligado a la búsqueda de la productividad y regido únicamente por la racionalidad económica, el trabajo se convirtió en un «valor» determinante en el conjunto de la sociedad. En el siglo XX, el auge de la mecanización y la era de las masas condujeron a la «movilización total» de las fuerzas productivas, de modo que el conjunto de la actividad humana tendió a hacerse enteramente cuantificable, y las propias personas se convirtieron en engranajes de procesos técnicos y económicos globales.
Nada parecía cuestionar esta evolución. Sin embargo, parece que el valor del trabajo se cuestiona ahora en todo el mundo occidental contemporáneo. ¿Es éste el final de un ciclo?
A medida que se acelera el ritmo de las revoluciones tecnológicas, el trabajo experimenta cambios radicales, acentuando tendencias que ya vienen de lejos: sensación de pérdida de sentido del trabajo, adicción al ocio inútil, desaparición de la dimensión comunitaria, expansión del mundo virtual, destrucción de puestos de trabajo y transformación del asalariado en pieza intercambiable de la «máquina de gestión». Por otra parte, en un momento en que la competencia entre las grandes potencias se intensifica y pone fin a las ilusiones de una «globalización feliz», las decisiones tomadas por nuestros dirigentes en las últimas décadas colocan a los pueblos y naciones de Europa en una situación de preocupante vulnerabilidad: pérdida de soberanía energética y tecnológica, desindustrialización y terciarización excesiva, recurso a una mano de obra poco cualificada y barata procedente de fuera de Europa, verdadero ejército de reserva para el capital, destinado a satisfacer tanto la pereza de los consumidores como la codicia comercial de los grupos de interés privados, mientras los gobiernos se desmoronan bajo el peso de la deuda.
Apoyándose en los valores perdurables de su civilización, pero también demostrando inventiva, los europeos podrán devolver el sentido y la eficacia a su actividad productiva y volver a concebir el trabajo como un camino hacia la excelencia y un instrumento de poder. Ganar autonomía estratégica para el continente europeo es el primer y esencial paso de esta renovación. Requiere decisiones eminentemente políticas, no exclusivamente consideraciones financieras miopes. Pero también presupone una auténtica recuperación intelectual y moral, en la que las dimensiones espiritual y estética también desempeñarán un papel clave : para devolver el sentido al trabajo, es importante superar la visión estrictamente materialista, individualista y utilitarista de la actividad humana, y situarla en la perspectiva de un destino histórico común.
Al margen de estas consideraciones, los europeos también necesitan recuperar el control de su tiempo, para sustituir un enfoque consumista del ocio por el gusto por el otium, el ocio que eleva el alma y el espíritu. Esta es precisamente una de las perspectivas que ofrece el desarrollo tecnológico, a condición de que el dominio de este último sea conquistado por una nueva élite inventiva, cuya visión del mundo sepa combinar el sentido de la moderación con la voluntad de poder.
Éstas son las vías que el Instituto Ilíada se propone explorar en el marco de su 12º coloquio y del 2º número del cuaderno del Pôle Etudes, que se publicará coincidiendo con el evento.
Henri Levavasseur
Información práctica
XII conferencia anual del Instituto Ilíada
Pensando en el trabajo del mañana: Identidad. Comunidad. Poder
Sábado 5 de abril de 2025 de 10:00 a 19:00 horas.
Maison de la Chimie, 28 rue Saint-Dominique 75007 París
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Fuente: institut-iliade.com