Texto propuesto por el Centro de Estudios del Instituto Ilíada con motivo de la conferencia de la Académia Christiana “Secesión o reconquista” que se celebró en París el 5 de noviembre de 2022.
Resumen. “Reconquistar” significa recuperar mediante la lucha lo que a uno se le ha arrebatado; “Secesión” significa, por el contrario, excluirse de un mundo en el que uno ya no se reconoce porque se le ha vuelto insoportable, construyendo uno nuevo, “sobre la tierra” e idealizado. Sin embargo, tras la rebelión de Jünger, una secesión interna permite recuperar la soberanía individual y preparar los consejos de guerra para una verdadera reconquista política y espiritual.
¿Secesión o reconquista? Para comprender plenamente el significado de la pregunta que hoy nos hacen nuestros compañeros de Academia Christiana, debemos al menos remontarnos al significado de estas dos palabras. “Reconquistar” significa recuperar mediante la lucha lo que se nos ha arrebatado. “Secesión” significa, por el contrario, excluirse voluntariamente de algo que nos pertenecía, pero en lo que ya no nos reconocemos, algo que se nos ha vuelto insoportable, tal vez precisamente porque nos lo arrebataron de una manera u otra. Secesión es, por tanto, afirmar que queremos separarnos de una parte de nosotros mismos para ocultar discretamente que ya no somos capaces de mantenerla en su estado hic et nunc. En comparación, elegir la secesión en lugar de la reconquista significa preferir una forma de huida discreta a una “extensión del dominio de la lucha”, especialmente cuando un camino más fácil sugiere que podría perderse de antemano. Esta manera de considerar la acción es evidentemente totalmente incompatible con la posición del Institut Iliade, que por el contrario afirma su objetivo de reconquista completa. Pero también es contraproducente, por no decir inconsistente.
La secesión, como acabamos de decir, implica una separación hacia algo distinto que, por definición, será necesariamente diferente. Sin embargo, el objetivo no es volverse diferente, sino permanecer siéndolo: ser lo que somos donde estamos, reivindicando lo que otros llamarían un «derecho a la continuidad histórica», dentro de los territorios que justamente han sido construidos a lo largo de esa continuidad histórica, llevándola a cabo de manera concreta. ¿Quiénes somos sin los paisajes, las ciudades o los barrios que nos vieron nacer? ¿Desarraigados? ¿Migrantes? La alusión parece fácil, pero también es muy sencillo solidificarla con ejemplos. Históricamente, existen dos maneras de entender concretamente la secesión.
La primera, hoy en día, está bastante alejada de nuestras preocupaciones contemporáneas, pero sigue siendo esencial para la demostración. Se refiere a las comunidades confesionales que, en la época moderna, optaron por una expatriación lejana y duradera. Históricamente, no se puede negar que para los cuáqueros ingleses o los anabaptistas del espacio germánico, la partida hacia el otro lado del Atlántico fue la oportunidad de crear en otro lugar un Nuevo Mundo, susceptible de traducir sus ideales en una realidad virgen. De este hecho surgen dos preguntas: 1. ¿Tenían otra opción?; 2. ¿Qué hicieron allí? No tenemos tiempo aquí para responder de manera detallada a estas preguntas, pero hoy está claro que fundaron algo que, siendo esencialmente el producto del mesianismo vetero-testamentario, se alejó considerablemente de la tradición europea. Además, su utopía de una nueva sociedad solo ha sabido sobrevivir de forma parcial dentro del marco de comunidades aisladas, condenadas a la exclusión de un mundo sobre el que no tienen control alguno. Basta pensar en las comunidades Amish en Estados Unidos o en los Huteritas en Canadá.
La segunda, en Francia, por ejemplo, proviene de la fundación de ciertas «comunidades» artificiales, en su mayoría sectarias, creadas en las décadas de 1960 y 1970 bajo la influencia del movimiento Hippie. Este movimiento aspiraba a construir una nueva sociedad unida por una ideología común, muy sensible con ciertos valores, pero únicamente con estos ciertos valores. Al decidir estas comunidades “ir a criar cabras al monte», por mencionar un caso particularmente caricaturesco, en realidad lo que construyeron fue un mundo idealizado «fuera de la realidad», en oposición al mundo «real» que continuó avanzando sin ellos. En resumen, crearon un mundo alternativo, sometido a la adopción de una serie de normas lógicas percibidas como «superiores», pero que en realidad se situaban en las antípodas de la complejidad transmitida desde la antigua Grecia, cuando la cultura europea no concebía la oposición dentro de la sociedad sino como una forma constructiva de «complementariedad de los contrarios».
Por lo tanto, se entiende que esta forma de secesión refleja políticamente uno de los «instintos» de conservación más elementales: el refugio, la retirada, la reclusión en una base vital. Se trata de abandonar físicamente una situación que se ha vuelto intolerable para adoptar un modo de vida más seguro, más familiar, más coherente con una determinada visión del mundo. En el reino animal, este instinto de preservación, que consiste en huir del peligro, es fundamental para la supervivencia. Sin embargo, en el ser humano, no se trata verdaderamente de un instinto de supervivencia, sino más bien de una búsqueda de confort vinculada a la necesidad de estabilidad interior. Desde una perspectiva psicosocial, el secesionismo aparece entonces como un escape game colectivo, orientado a recrear en otro lugar y en otra escala una realidad colectiva percibida como «más digna». Todo esto se basa en un solo y mismo factor: el sentimiento de impotencia, la imposibilidad de actuar y la esperanza de recuperar esas capacidades en una realidad alternativa.
Así, cuando hoy escuchamos al gobierno plantearse la cuestión de la ubicación de los migrantes «recién llegados» (según la expresión utilizada por los medios de comunicación) en las zonas rurales de Francia, uno puede preguntarse hasta dónde llegará esta huida hacia adelante para quienes han entrado en la espiral secesionista. Disponemos de toda Francia, luego Europa, luego los cinco continentes, luego toda la Tierra, luego el cosmos y el espacio interestelar. Es decir, existe un amplio margen para organizar nuevos flujos migratorios bajo la sombra de la bandera “No Border«. Ante esta ausencia teórica de límites, es fundamental razonar a gran escala. Este es un deseo legítimo que debemos hacer nuestro, movilizando todas las armas ideológicas, culturales, económicas, artísticas y políticas que tengamos a nuestra disposición, sabiendo perfectamente que algunas solo pueden ser creadas por nosotros mismos, a través de la diversidad de puntos de vista que constituye nuestro legado europeo. El mundo a reconquistar no se encuentra más allá, está aquí, ya desgastado por la profundidad de los cambios que colectiva e individualmente le imponemos, con la compostura, el estilo y el orgullo que nos caracterizan.
Lo que se debe lamentar in fine, es que la Europa de las élites ya haya hecho su propia secesión frente a los valores que históricamente le pertenecen. ¿Cómo ayudar a Europa en este ejercicio de reconquista en todos los frentes? Para empezar, podemos evocar la figura del Rebelde de Ernst Jünger. Si se lucha contra el Leviatán, es ante todo en el plano de la «secesión interior» donde el Rebelde emboscado, a través de su «retorno a los bosques» (referencia al libro de Ernst Jünger “La Emboscadura”), recupera su soberanía como «individuo». En toda la profundidad y sutileza del desarrollo jüngeriano, el individuo se encuentra dividido entre una especie de libertad (asimilable aquí a la secesión) y una especie de necesidad (en relación aquí con la reconquista). La secesión aparece sobre todo como una lucha interior, una lucha del ser, una reflexión sobre uno mismo que constituye la labor de toda una vida.
Una secesión «exterior», en sus diferentes formas, sería una acción plenamente consciente, una elección de vida o un proyecto a realizar. La secesión interior, en cambio, se asemeja más a un fenómeno inconsciente, en el cual somos menos sujetos que objetos. Por ello, no se trata de que estemos en secesión porque, tras una reflexión o experiencia, decidamos romper con el mundo tal y como es. Sino que, estamos en secesión precisamente porque no nos adherimos a la realidad actual del mundo. En este sentido, nuestra secesión es un estado, no un acto. No se hace secesión, se está en secesión. Por lo tanto, el reto consiste, y esto es lo que conviene subrayar, en no sucumbir a una marginación superficial para huir de este sentimiento de ruptura. Por el contrario, debemos profundizar en ella, sentir el vértigo del abismo mientras seguimos enfrentándonos a la realidad tal y como es. Para ello, es necesario dar una orientación a nuestra secesión, es decir, un horizonte poético y espiritual capaz de abrir el camino a un recorrido interior que responda a las exigencias del combate.
Sin embargo, si se considera el compromiso político como una confrontación activa con el mundo real tal y como es, en toda su hostilidad, el retorno a un mundo preservado por sus grandes permanencias (reales o abstractas) se impone como una necesidad. Y es precisamente ese el sentido que debe darse a la metáfora del “retorno a los bosques”. Porque una reconquista que constituye una lucha ficticia, sin fundamento real, es vana. La reconquista debe, por el contrario, inscribirse en la continuidad de una lucha interior, alimentada y orientada por nuestra larga memoria.
En lugar de optar por una secesión demasiado fácil, el Instituto Iliade privilegia el reencuentro con las raíces como una base de retaguardia privilegiada y movilizable para un combate auténtico. El regreso a los grandes espacios, la desvinculación de los mecanismos de las tecno-burocracias, la inmersión en una convivencia elegante y pacífica, aunque siempre conlleven cierto riesgo a una retirada frente al combate, deben precisamente darnos el valor y la fuerza para triunfar. Los grandes monasterios del Occidente cristiano no fueron construidos para ofrecer a unos pocos la posibilidad de cultivar una vida interior lejos del tumulto del mundo. Los monjes, desde sus monasterios, dieron forma al mundo, y toda su vida espiritual estuvo al servicio de lo que concebían como una lucha escatológica. Hoy en día, es en nuestras ciudades o tras los muros de nuestras casas de campo, en nuestros círculos de amigos, a la sombra de las grandes obras de la tradición europea, donde se celebran en secreto, en todas partes, los consejos de guerra de la gran reconquista política y espiritual.
Pôle Études de l’Institut Iliade
Octubre 2022